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20-07-2013 DEJANDO PASAR "EL TIEMPO"

Visitamos los diferentes hoteles que habían en primera línea de río, en el Baobab Mer, tenían servicio de wifi, a 0,80 euros la hora. Una terraza con vistas al río y a la sombra de un enorme baobab le daba un encanto especial. La cerveza bien fría, el único inconveniente fue que nuestro PC no quería arrancar con la corriente de 125 V.


El hotel Foundiogne era el mas grande, hasta disponía de piscina, tenían un pantalán mas o menos en buen estado, aunque la profundidad no daba para poder amarrar en el.
En un pasado debió de ser un gran hotel, su estado actual dejaba ver la mala conservación y el paso de los años no le estaba sentando nada bien, venido a menos apenas vimos clientes.






Cada día íbamos al pueblo a comprar, dándonos la sensación que siempre era el mismo día (El día de la marmota),  continuábamos siendo el “blanco de todas las miradas”, pasar por la misma calle veinte días y notar como te atraviesan los mismos cientos de ojos que ya te habían visto. Detalle que se nos hacia mas que molesto.
A mi amor la tenían crucificada, las únicas conversaciones que podía mantener con alguna mujer, era con una de estas vendedoras pegajosas que a cada palabra que dice le sigue un apretón de mano, tan chafardera era que le pusimos el mote de “la portera”, llego un momento que evitábamos pasar por su árbol, aun así la muy escurridiza nos buscaba y encontraba. Nuria perdió todas las ganas de querer pisar tierra firme.
Bajamos las bicis a tierra con el fin de explorar nuevos horizontes, el primer día dimos una pequeña vuelta dentro del mismo poblado y comprobamos que si a pie éramos unos monitos de feria, en bici debíamos ser unos grandes chimpancés de circo, la expectación que despertamos nos parecía increíble, todo el mundo quería que le regalásemos la velo (bici).
Nos detuvimos en el astillero de cayucos, la imagen era de cine, a pleno sol dos hombres reparaban con unas herramientas mas que rudimentarias dos enormes pirogues, les pregunte si podía hacer una fotografía, y uno pareció haber oído la voz del demonio, de un salto bajo del cayuco y en voz peleona me preguntaba ¿porcua, porcua?, tranquilamente le respondí que era una escena muy llamativa y quería tenerla de recuerdo, su respuesta con la misma voz que me pregunto, fue, 2000 fca.
Sinceramente los hubiese pagado, pero al hacerlo mi afán de fotógrafo me hubiera costado tener que pagar cada foto, algo que no podemos permitirnos, así que gentilmente nos despedimos y una buena foto para la memoria.
A la salida del pueblo estaban los cementerios, uno para musulmanes y otro para cristianos, la única diferencia entre los dos eran las cruces, no nos atrevimos a entrar, sus puertas cerradas con una cuerda invitaba a ello, pero el descanso eterno de sus parientes nos pareció algo a tener en cuenta.




De vuelta como cada día hicimos la paradita en el Baobab, Famara nos recomendó e invito a dejar las bicis dentro del Resort, detalle muy de agradecer, en la calle no se si hubieran pasado de la primera noche.
Al otro día nos levantamos temprano y nuestra idea era ir a un poblado cercano a unos cinco kms. Después de sortear los mil charcos logramos salir del pueblo, un camino de arena prensada hacia fácil el embarrado recorrido. Atravesando una gran explanada sin vegetación que parecía un pequeño desierto, llegábamos al poblado de Thiere, allí sus mujeres con unas escobonas sin palo, barrían el suelo de tierra mientras otras quitaban las malas hierbas, de lo que intuimos seria la plaza mayor, los hombres todos a la sombra se limitaban a mirar y saludarnos. Los niños nos saludaban como si fuésemos los reyes magos, mi amor que llevaba caramelitos les ofreció y aquello parecía el desembarco de Normandia, no se de donde salio tanto chiquilin. La alegría que emanan  estos niños contrasta con las circunstancias y situaciones tan precarias en las que viven. Desde los ocho años ya comienzan a trabajar y simplemente con sus miradas te hacen reflexionar sobre los valores que nosotros los elegidos por haber nacido en el 1º mundo tenemos establecidos para alcanzar esa felicidad tan volátil y escurridiza.
El sol apretando de lo lindo nos aviso que la vuelta seria larga y dejamos aquel pequeño poblado subidos en las bicis y con la mente en cualquier sitio menos en el pedaleo.









Al llegar al Baobab una gran sorpresa, había una mujer “BLANCA”, y para acabarla de arreglar hablaba español, no lo podíamos creer.
Rosana salvadoreña llegaba a través de una asociación danesa para ayudar a los pobladores de las islas con proyectos de iniciativas para el desarrollo.
A Nuria le venia como agua de mayo, desde que habíamos llegado a este pueblo, (por que de ciudad tenia muy poco), no había podido hablar con ninguna mujer, además podíamos mantener conversaciones normales.



En plena estación de lluvias, y nunca antes mejor dicho, cada tarde asomaban las tormentas, eran como los apaches, por donde menos te lo esperabas aparecían y te sacaban del aburrimiento en escasos minutos. 













A partir de aquí el pueblo y sus alrededores se convirtieron en un barrizal, las bicis quedaron guardadas en el Resort hasta el día que nos fuimos, nuestro temor a estas explosivas formaciones de cumulonimbos había descendido considerablemente y solo cuando el viento pasaba de los 25 nudos manteníamos un cierto estado de alerta. Desde que comenzó el mes de agosto no dejaron de aparecer.





Un día decidimos probar la espaguetteria del puerto, tenia fama de buena cocina, si bien dentro del local estaba relativamente limpio, el aspecto exterior mas bien parecía un basural, la comida aceptable aunque a precio de España, una milanesa, unos espaguetis, dos cervezas, mango de postre y un café nos costo 18 euros, nada barato y con las vistas al río que en aquel rincón era usado como un gran urinario, una vez y nunca mas.



Nuestra espera para que pasaran los días y llegar al sur del país con la estación de lluvias mas avanzada comenzaba a ser interminable, las rutinas del día eran comprar lo poco que había, escondernos de la tremendísima calor, esquivar los mil charcos y los cuarenta vendedores de Ali Baba, cualquier labor a realizar se hacia muy cuesta arriba.
En Foundiogne solo nos quedaban un aliciente, la agradable Rosana y sus interesantes charlas sobre su trabajo con los nativos, nos explicaba increíbles historias de cómo hacen estas gentes para vivir, si aquí en el pueblo resultaba difícil, en aquellas islas rodeadas de manglares donde no disponían ni de electricidad ni de agua dulce, no lo podíamos imaginar.
Aquello nos dejaba mas que una reflexión para hacer, como si de los deberes del cole se tratara, en la moderna sociedad nos deprimimos por no poder comprar el objeto del momento, y aquí aun están casi en la edad de piedra.
Estas ONG y asociaciones tratan de mejorar la calidad de vida de estas pobres gentes, en los proyectos les enseñan a cultivar, hacer pozos, administrar los bienes, ( el motor del pozo, o el fueraborda para la pirogue,) no dejando que las instalaciones se vayan deteriorando y a través normalmente de matriarcados, pues las mujeres son mucho mas responsables que los hombres, administran y ponen pequeñas cuotas por cada servicio con el fin de lograr mantener las equipaciones.
Todo esto tiene un transfondo un poco oscuro, pues si desde Europa no se hace un seguimiento los fondos se van perdiendo por el camino, haciendo muy complicado estos de por si ya difíciles trabajos de ayuda.

En busca de dinero

Nuestras reservas de francos senegaleses estaban en mínimos y después de preguntar solo teníamos una opción, Kaolac a unos 50 kms al este, navegar aquel río no despertaba en nosotros ningún interés y decidimos ir por tierra.
Para ir cogimos un minibus, mini por el tamaño, allí dentro conté mas de 30 personas, y los mosquitos no me dio tiempo a calcularlos, increíble, el recorrido de mas de dos horas era un constante parar y arrancar, recogiendo y soltando pasajeros con sus respectivas mercancías. Nos llamo la atención que dos patrullas de la policía que vimos, dos paradas en las cuales el chico para todo, bajo con algo en la mano y disimuladamente se lo entrego al policía, este chaval que hace de cobrador, timbre de solicitud de parada, sube y baja al techo a por los bultos, invita a subir a todo el que se cruza, se pegaba unas carreras en cada parada de record de los cien metros lisos, que manera de correr con aquel sol, y seguramente su sueldo no llegara ni a los cien euros al mes.
Cuando llegamos a Kaolac, acababa de caer un tormentín dejando la ciudad llena de barro, y con un calor muy importante. Las sorpresas son minúsculas, la falta de salubridad es la esperada y nos dedicamos a buscar el banco para retirar el dinero, aquello era una olla gigante de seres humanos, barro, coches, calesas, donde todo se cocía a mas de 35º y solo eran las 10 de la mañana, nosotros dimos la vuelta necesaria y solo tomamos un café en un hotel que parecía no pertenecer a dicho lugar.






A la vuelta cogimos el llamado siete plazas, un Peugeot familiar 504 con mas años encima que los evangelios, dentro parecíamos unos adhesivos pegados contra el vidrio, estos senegaleses son gigantes y dentro de un auto aun lo parecen mas. El conductor iba con el codo izquierdo aguatando la puerta, con la mano izquierda el retrovisor, y con la derecha saludando, a veces nos preguntábamos como tomabas las curvas. Conocedor del trayecto a los pocos kms se desvío de la extra- bacheada carretera y tomo un atajo rural, allí vimos a muchas gentes y sobre todo niños trabajando el campo,  los bueyes y arados nos trasladaban a otra época, haciéndonos ver la dureza de la vida agrícola en estas tierras.
La venida desde Kaolac solo duro una hora y media, la sensación, de vuelo transoceánico de 12h, da para pensar en los transportes urbanos tan criticados en nuestro país.
En Foundiogne, en la medida que avanzaba el periodo de ramadán, los ánimos en el pueblo iban decayendo, hasta los infatigables vendedores parecían haber perdido fuelle.
En el Baobab sin darnos cuenta y sin entenderlo muy bien habían comenzado a alojarse algunos de estos vendedores, no sabemos si ya eran huéspedes, o si se acababan de hacer, hasta estos días nunca los vimos entrar o salir del recinto, algo que se nos antojaba mas que curioso.
En vista que no lograban sacarnos los euros con las ventas comenzaron a declinarse por los trueques, aquí comenzó otra historia.
Algunos ejemplos
Un par de zapatillas viejas                x un pollo
Un portable (tf movil)                       x 3 kgs de gambas
Un bolso viejo de Nuria                   x un mortero hecho a mano
Una chaqueta tejana viejísima         x collares
Una pena no haber traído "portables", son como el oro, cualquier aparato electrónico es fácil presa de estos depredadores de turistas. Así cambiaron sus cansinas ofertas de venta por las de trueque, un verdadero agobio, al menos para nosotros que éramos como el llanero solitario, solos ante el peligro, la escasez de turistas nos perjudicaba de una manera brutal, continuábamos siendo los únicos blancos.
El final del ramadán esta a días y dicen que será una gran fiesta, cuando llega el día, las calles están vacías, solo las cabras y ovejas campan a sus anchas, nunca antes habíamos visto las calles tan desiertas, ni uno solo de los comercios quedaba abierto, creemos que este será el único día de todo el año que suceda esto.
Nuestras ganas de salir de este pueblo nos superan, hemos aguantado por dejar pasar las lluvias y creemos que por fin llego la hora de hacer las maletas, comenzamos a mirar previsiones y hacer cálculos para salir del río con la marea, la idea salir por la mañana navegar hasta la desembocadura  y continuar hasta completar las 102 millas que nos dejarían en el río Casamance. No quedaba otra opción que navegar de noche, el pensamiento, alejarnos lo máximo posible de la costa, el hecho de hacer algunas millas mas no nos asustaba, los terribles OFNIS, si. La previsión nos daba un NW de 15 nudos para dos días y una noche entera, estaba genial.
Quedamos con la gente del Baobab para despedirnos y al final solo estaban Rosana y la camarera, Mary con su hijo,  una ultima decepción que ya ni nos molestaba.



Aquí hemos comprobado que si bien son un pueblo hospitalario, por culpa de cuatro espabilados, los cuales creen que ser blanco de piel es sinónimo de tonto, han logrado cansarnos y decepcionarnos hasta tal punto que el sabor de boca que nos llevamos es demasiado amargo como para ponerme hacer una ponencia sobre trato humano, prefiero dejarlo como una opinión personal a dos, y si alguien quiere comprobarlo pues le deseamos lo mejor.

·Adiossssssssssssssss"


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