Llegamos a tierra y Teofil nos
espera a la salida de la carretera, tras recorrer un par de kms, estamos
entrando al poblado.
El lugar es verdaderamente exótico,
ubicado sobre una lengua de arena entre el océano y el río, con grandes
palmeras cocoteras y enormes baobabs, digno de cualquier paisaje tropical.
Una
vez nos vamos adentrando en su calle principal, el panorama comienza a cambiar,
en sus calles y playas parecen haber caído varios aviones llenos de envases de plástico,
chanclas y como no moscas.
Los niños las ovejas y las cabras
nos dan la bienvenida y todos locos con nuestro grumetillo, al que persiguen y
tratan de tocar. La pregunta mas frecuente es ¿que clase de animal es? seguida
de ¿cómo se llama? Creemos que el pequeño Yorkshire, Sky, aquí es tan raro como
andar con un ornitorrinco atado al cuello por las calles de Barcelona.
Todo
parece estar provisionalmente puesto y da la sensación que de un momento a otro
las chabolas se van caer, las carencias de estas son mayúsculas. Teofil nos
muestra las diferentes tiendas presentándonos a sus dueños, que después del
cortes saludo nos miran extrañados, después pensé que nuestras caras también demostrarían
alguna variante de extrañeza.
Una vez visto la colección de
colmados y tras pasar por la estación central de mercancías, ¡madre mía que
jaleo se traían allí¡, la corta distancia con Dakar (70kms) lo hacia ideal para
el intercambio. Hacia Dakar el pescado y de vuelta todo lo imaginable.
Después nos
dirigimos al mercado de verduras y hortalizas, este ubicado en la plaza mayor, a
pleno SOL, parecía mas bien un corral. La imagen nos deja clavados, en unas
tablas a modo de mostrador exponen las verduras, hay un momento que no sabemos
si todos aquellos productos estan destinados para alimentar el ganado. Los tomatitos para
su buena conservación los tenían bañados en unos barreños con un espeso liquido
de color opaco,(suponemos agua). Tan delicado era su estado, que nada mas acariciarlos se convertían
en salsa de tomate, el panorama de aquellos alimentos mezclados con el ganado,
las moscas, y la inmensa calor, consigue
desconcentrarnos de tal manera que acabamos comprando un kilo de aquellos
tomatitos.
Nuestras fosas nasales se volvían
a cerrar, negando la entrada a aquellos aromas tan extraños para nuestra cultura
olfativa.
Las lechugas parecían haberlas
sacado de la tierra nada mas nacer, cuatro hojitas de las cuales dos ya estaban
podridas, nuestro instinto de conservación nos avisaba que con aquellos víveres
acabaríamos mortimers. Lo único decente fueron las naranjas y las bananas, que
al ser de importación el precio superaba al de la península ibérica.
Después de tremenda decepción,
nuestro improvisado guía nos llevo a la lonja del pescado, aquí acabamos de
disfrutar del espectáculo. En la misma arena se pactaban los precios, y después
en unas neveras domesticas colocadas en el suelo con las puertas hacia arriba
guardaba el producto de aquel terrible SOL, aclaramos que las neveras solo eran
un aislante, pues no disponían ni de compresor y mucho menos de electricidad.
La montaña son las conchas de los bicharracos de arriba |
El penetrante olor de pescado
secando al SOL es repartido por todo el poblado y sus alrededores.
Después de despedirnos de Teofil,
con el rabo entre las piernas y aquellas compras hechas, nos dirigimos hacia el
Golden,
Una vez a bordo nos miramos y no
hacia falta palabra alguna, allí no teníamos futuro, nuestra idea de comer lo
del lugar y dejar las reservas para peores ocasiones, en Difiere no era
factible. Al día siguiente volvimos a ver si es que aquello había sido puntual
y solo pudimos comprar unos mangos, comprobando que con nuestra cultura y
educación se nos hacia muy cuesta arriba poder comer aquellos productos de tan
mal aspecto y peor conservación.
La suerte estaba servida y solo
la belleza del lugar nos hacia quedarnos unos días mas.
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