Con ganas de conocer la isla hoy
nos vamos a la bahía de Santa Maria, al sur de la isla, el colectivo (furgoneta
tuneada de 10 plazas) nos cuesta 1 euro por cabeza y trayecto, muy barato, cómodo
y rápido.
La llegada a la bahía nos deja de
piedra, sus playas de arena blanca y sobre todo el color turquesa del agua hace
que nuestra aventura de vivir así, adquiera el valor por el cual habíamos
emprendido este viaje, no estaba nada mal esta recompensa, bañarnos en aquellas
nítidas y transparentes aguas representaba el principio del fin, de las hasta
ahora verdes y oscuras aguas de los ríos africanos, una nueva energía se
instalaba en nuestros espíritus, despertando la ilusión por seguir navegando y
conociendo lugares de este maravilloso mundo.
CUANDO LLEGA LA HORA DE DISFRUTAR EL GRUMETILLO TBM SE APUNTA |
La ciudad es una continua sucesión
de hoteles, restaurantes y sobre todo ofertas de deportes náuticos, desde
buceo, windsurf, surf, kite, paseos en barco, de pesca, aquí todo esta enfocado
al turismo.
Consideramos un acierto que en
primera línea de playa no haya construido ningún mamotreto de hotel, de esos que
desde la terraza le puedes dar el almuerzo a los astronautas de la estación
MIR.
Paseando por sus calles somos
unos vulgares turistas, incluso en mas de una ocasión, nos dio la impresión que
el guardia jurado de turno nos tomaba hasta por delincuentes, que gozada ser
blanco y no parecer un millonetis cualquiera, el trauma africano aun estaba
demasiado vivo en nuestro interior y todo aquello que era normal lo vimos como
algo extraordinario.
Para comer nos metimos en un
restaurante ingles, el sitio muy surfero, con piscina y hasta terrazas con
arena, no estaba nada mal, el plato del día arroz con ternera al curry, muy
rico, con las cervezas de barril de rigor y un café nos costo 17 euros, también
nos pareció caro, pero al menos había oferta y variedad, no dejábamos de
asombrarnos ante estos detalles mas que normales.
En realidad después lo comentábamos
y caro no era, el sitio era espectacular y allí todo el mundo esta de vacaciones,
nosotros que vamos mirando gastar solo lo justo y necesario pues se nos va de
presupuesto. Pero como normalmente se dice, un día es un día.
En Santa Maria la sensación que
nos da es de estar en un enorme complejo turístico, a pesar de ser temporada
baja, la cantidad de nórdicos e italianos casi supera a la población local,
entre el pueblito de Palmeiras y este hay una distancia de 14 kms física y más
de 2000 en costumbres.
De vuelta en el colectivo
tuneado, nuestras miradas acompañadas por unas alegres sonrisas hicieron mas
corto el ya de por si, breve retorno.
La idea de irnos a la isla de San Vicente ya esta en mente y
aprovechamos los días que nos quedan para acabar de ver los lugares mas
interesantes de la isla, nos vamos a las salinas de Pedro Lume, una vez estamos
en la misma entrada el taquillero nos dice que los grumetes de cuatro patas no
entran, vaya falta de consideración, toda una gamberrada, nos dedicamos a
recorrer el pequeño puerto pesquero.
Las instalaciones de lo que antiguamente fueron las instalaciones del transporte de la sal hasta el mar, una especie de funicular de la que solo queda las torretas de madera y el edificio donde se descargaba, las ruinas de madera, daban un aire de película de terror.
Desde una pequeña colina veíamos el lado Este de la isla, los dos pensamos lo mismo en esa dirección estaba Africa, nunca se sabe pero creemos que esa ruta ya estaba mas que navegada, el azul del cielo y el océano volvía a poner en nuestra visión ese color tan marinero y que tanto habiamos echado a faltar.
Hasta este perdido rincón llego
la fiebre del ladrillo, pues vimos varios intentos de urbanizaciones
abandonadas, que locura de ambición humana por el dichoso dinero.
AQUI HAY TRABAJO, LASTIMA QUE NO PAGARAN |
Las instalaciones de lo que antiguamente fueron las instalaciones del transporte de la sal hasta el mar, una especie de funicular de la que solo queda las torretas de madera y el edificio donde se descargaba, las ruinas de madera, daban un aire de película de terror.
Desde una pequeña colina veíamos el lado Este de la isla, los dos pensamos lo mismo en esa dirección estaba Africa, nunca se sabe pero creemos que esa ruta ya estaba mas que navegada, el azul del cielo y el océano volvía a poner en nuestra visión ese color tan marinero y que tanto habiamos echado a faltar.
Entrar a las salinas costaba 5
euros, el colectivo hasta allí al ser un viaje fuera de ruta nos costo 12 euros
ida y vuelta, una lastima no haberlos aprovechado del todo.
En Palmeiras tomamos unas cañas
en un kiosco en el mismo puerto, lugar muy del pueblo, allí conocemos a Ramos
un caboverdiano de 70 años que parece de mi edad, ha trabajado en Holanda
muchos años, el tío habla alemán, ingles, francés, español y por los codos, comentamos que es una pena que los ingresos
del turismo no repercutan mas en las gentes de la isla, la conclusión es unánime,
las políticas de los políticos es igual en todas partes, los grandes intereses
logran desviar las leyes para sus conveniencias, y si el pueblo malvive que
malviva.
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