La burocracia de Dakar
A la mañana siguiente y con los ojos ya viendo toda la gama de colores, desde la cubierta, la orilla se
presentaba exótica, la casas en la misma arena, las palmeras, y los
imprescindibles cayucos, hacen que el lugar nos resulte extranjero.
Comenzamos a utilizar la
barca-taxi, que tras pasar por los tres veleros con tripulantes a bordo, nos
deja en el embarcadero.
Nada mas tocar tierra, toda una legión de vendedores se
nos vienen encima, (fruta, souvenirs, ropa, gas butano, reparar el barco,
y lo que se te pueda ocurrir), nos era ofrecido con tremenda simpatía. Después
de un par de días de las mas variadas y simpáticas ofertas, la situación comenzó
a ser agobiante.
La idea para hoy es ir a aduanas
y hacer nuestra entrada y la del barco, para ello hemos de tomar un taxi, tarea
fácil pues en la misma puerta del club hay una parada.
Los taxis no tienen contador y el
precio se pacta antes, quedamos de acuerdo en 7500 frc. unos 11 € que incluye ida y vuelta, la espera
de los tramites y acercarnos a un banco a cambiar euros, estuvimos casi toda la
mañana.
Nada mas salir a las calles el
encontronazo es brutal, las calles son el centro de las mas diversas
actividades, desde barbería, puestos de comida, de frutas, reparación de motos,
secadero de pescado, manicura, venta de todo lo inimaginable y sobre todo una
inmensa suciedad, esto sumado al descontrol en el trafico y sus humeantes vehículos
nos tenia patidifusos. Nos daba la sensación de que el taxista en cualquier
momento tendría un percance, y así fue, acabo golpeando a una mujer mientras aparcaba,
no fue nada grave, pero el susto nos lo llevamos, Nuria casi me arranca el
brazo derecho de tanto apretón.
Conforme nos acercamos al centro
todo parece que se va ordenando, aun asi la venta ambulante esta por todos
lados, desde aquí se comprende mejor como estas gentes acaban vendiendo en
nuestras ciudades. Nosotros nos preguntábamos, ¿si todo el mundo vendía, quien
compraba?.
Tras pasar por un cajero y sacar
dinero, llegamos a la policía para sellar los pasaportes. Nos dicen que
volvamos dentro de una hora y media, que el jefe aun no ha llegado, eran las
10.30 de la mañana. Para hacernos comprender a que hora habíamos de volver uno
de los agentes me coge la mano y con un bolígrafo me escribe las 12, todo un
detalle informático, empezamos a descubrir Africa. Después de dar unas vueltas por
los alrededores de la comisaría y con el olfato extrañando cada olor que le
llegaba, nos atrevimos a entrar en un “bar”, dos cervezas para soportar el
tremendo calor, casi pedimos un vaso para las entrañables moscas. Allí
conocimos a una pareja de Barcelona que venían desde Guinea en busca de un camión
que habían comprado en España, después de una entretenida charla con su
aventura para importar el vehiculo, volvimos a la policía. El jefe había
llegado, después de unas simpáticas cortesías en español, nos sellan los
pasaportes y ya estamos legales en el país, ahora solo queda acudir a aduanas
para que el Golden no sea un sin papeles.
Un corto recorrido con el taxi
nos llevo hasta la puerta del muelle diez, justo en la entrada un edificio con
aspecto de abandonado, que mas bien parecía destinado a guardar cartones,
resulto ser aduanas.
En el despacho dos oficiales atendían
una montaña y media de papeles, la informática se reducía a una televisión en
conexión directa con La Meca ,
donde retransmiten las oraciones. En los techos las telarañas parecían cortinas
de alcoba. Tras turnarse el único bolígrafo escondido tras un monte de documentación
y rellenar el complejo informe, (una hojita con nuestros nombres y el del barco)
¡menudo trabajito le costo al hombre!, y el pago de 5000 fcr. (8€), El Golden
tenia permiso para navegar en aguas senegalesas por un mes, tramite absurdo,
pues al día siguiente debíamos ir a otro edificio en el centro a hacer la
prorroga para seis meses, otra incongruencia dentro del absurdo, pues los
pasaportes solo están para tres meses.
Tras dejar tan singular despacho
el taxista nos espera al otro lado de la “avenida” , al cruza la medianera
vemos como la acera esta convertida en un secadero de aletas de tiburón, el
tremendo sol las secaba y el gasoil sobrante de la mala combustión de los
vehiculo acababa de darles el toque final, desde luego sabor no les faltaría.
Seguimos sorprendiéndonos de
estas costumbres tan extrañas como pestilentes.
Acogidos al servicio de la
barca-taxi hemos de esperar que coincida el horario, una cervecita en el club
nos alivia del sudor, por que por sudar hasta la voz sudaba.
Una vez a bordo, en
cubierta ya se nota la presencia de las aves, sus bombas están esparcidas por
toda la bañera, enseguida pusimos el “toldo” (una malla de las vallas de construcción)
y por lo menos ya no caerían enteras. Aparte del guano y su aromita, cuando el
viento viene de la zona de pescadores, el olor penetra la fibra del casco
convirtiendo el salón en una pescadería sin nevera, madre mía ,madre mía.
A la espera de la birrita |
Para acabarlo de arreglar el agua
del mar esta tan jodidamente sucia que no nos atrevemos ni a tocarla, y menos
lavar la cubierta. Apenas llevamos dos días y Dakar se nos esta atragantando de
tal manera que solo el pensamiento de que serán unos días nos hace mas leve el
d-olor,
Después de pasar por la aduana y
ya tener toda la documentación entregada, nos hacen esperar una semana mas,
aquello era un verdadero desastre, estuvimos a punto de irnos y volver cuando
los papeles estuviesen listos, pero la distancia hasta el río que teníamos
previsto recorrer eran casi 60
millas , demasiadas para hacerlas tres veces por una
semana.
Conociendo Dakar
Resignados nos dedicamos a
recorrer el barrio donde estábamos, la periferia de Dakar.
Aquellas estrechas y reviradas callejuelas
de arena, repletas de cabras, ovejas, vacas,
niños, comercios y todo tipo de gentes nos dejaban pasmados.
Parecía que un poblado entero se había
trasladado a la ciudad, llevando consigo sus más que enraizadas costumbres y mezclándolas
con las de cualquier gran ciudad. De aquella mezcla solo cabía esperar un
resultado, basura y mal olor por todos lados.
En la mayoría de comercios una
foto del imán de turno y una radio con cánticos del Coran, hacían ver su
orientación musulmana.
El sentido del olfato ponía gestos
en nuestras expresiones que inútilmente lográbamos disimular, íbamos como
visitantes de un planeta con emulsiones sulfúricas, los músculos que cierran la
nariz acababan con agujetas al final de aquellas vueltecitas.
no direis que no disimulamos bien |
Cada tres pasos podías
hacer una foto sin que resultara monótono, solo el hecho de que la mayoría de
la población fuese musulmana, nos privaba de realizarías. Sintiendo una cierta decepción
por tal circunstancia y aun así disimulando, conseguimos hacer algunas
interesantes instantáneas.
La calle que llamaban principal,
era mas bien una carretera donde las calesas tiradas por burros y caballos,
eran apartadas a base de bocinazos por camiones, minibuses, y todo tipo de vehículos
que en una inmensa nube de humo circulaban. Nos llamaba la atención la cantidad
de gentes caminando y cargados en todas direcciones. Andar por allí con mas de
30º nos resultaba de lo mas estresante, las aceras inexistentes era caminos de
tierra donde toda clase de vertidos nos hacían invadir la calzada.
No había taxi libre que no te
ofreciera llevarte, claro esta con estridentes pitidos. Los minibuses cargados
hasta los parachoques de personas y mercancías,
con chicos que subidos en la parte trasera apoyados en estribos, se
encargaban de avisar al conductor si alguien quería subir, estos tampoco perdían
ocasión de hacernos señas para tomar aquel servicio.
Mañana operación "en busca de la comida perdida"
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